Desencuentros

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Hace años que escribo. Cuentos, comeduras de tarro, paranoias, textos incomprensibles. Nunca he escrito para ser leída. Sólo era una obsesión que ocupaba mis minutos de soledad y que me mantenía cuerda. Ahora, me decido a compartirlo con vosotros... porque compartir es amar.

Todo fue empezar


 

Han pasado más de mil años desde que mi inocencia se quebró. Se me rompieron mis sueños o los perdí, todavía no lo sé. Con la visión empañada, todo se me torció y me pasé las noches invocando a la oscuridad, exigiendo respuestas a preguntas equivocadas. En las callejuelas de mi mente no dejaba entrar a nadie y encriptaba sin descanso mis pensamientos, de forma que ni yo podía entenderlos. Naufragué en mi propio océano de dudas.

Descubrí la paciencia y la comprensión de un papel en blanco. Vomitaba lo que sentía con tanta ansia, con tanta pasión que me enterré en papeles garabateados. Así podía convertir mis fantasmas en algo más manejable, algo externo a mí a lo que poder enfrentarme, algo que pudiera moldear con mis manos.

Comencé a escribir porque me devoraba la locura. Comencé a escribir porque no encontré otra manera de gritarle al mundo o a ese dios absurdo que juega con nuestras vidas todo lo que sentía. Comencé a escribir porque si no lo hacía me faltaba el aire. Fue una obsesión que me atrapó y en la que todavía sigo enredada.

Sigo escribiendo porque mis heridas no están aún cerradas, porque mis fantasmas me siguen rondando en lo oscuro.

Sigo escribiendo porque temo lo que vendrá si me detengo.