Desde el rincón en el que vivo todo se ve más oscuro de lo que es, las sedas y las mieles que me acarician y que me endulzan no sirven para aplacar un dolor tan frío, tan lejano, que arrastro desde que los inviernos llegaron. Tengo hambre. De vida, de luz. Deseo a cada instante que todo vaya más rápido y más despacio a la vez. Recuerdo tus palabras, lanzadas al aire, y yo entre todos ellos, lejana, ausente, absorta más que ninguno en tus versos, me dejaba arrastrar por tu voz, cerraba los ojos y me imaginaba la curva de mis caderas, tu mano dibujando esa curva, tus dedos viajando por carreteras perdidas, follando a la luz de la luna.
Gracias al poeta anónimo que escuché una noche en un bar y que me guió sin querer a través de este texto.