La esquirla de hielo
Bajar la cabeza, un instante. Que no te vean llorar, alma desangelada, que no vean la esquirla de hielo que hay detrás de tus ojos. Porque la verdad sólo es una esquirla de hielo. Duele la entrega y duele el desnudo y duelen todas aquellas palabras lanzadas al vacío. Duele lo vivido.
Milagros y misterios que no comprendemos. Irreales sueños, irrevocables una vez que has entrado en ellos. Porque es difícil salir de un cuento de hadas, aún cuando estás viendo que ha comenzado a deshacerse. Y tal vez una última prueba de valentía, la mirada al frente y la barbilla alta, que se te desmaneje el alma pero no el cuerpo y no dejar que nadie lea en tus entrañas, no sea que vuelvan a pisotearlas.
Es una herida profunda que tal vez no cicatrice nunca y es probable que vuelva a sangrar, viscosa y maloliente, cuando cambie el tiempo.
Llevamos meses viviendo un invierno, tal vez es el momento de retroceder, volver al otoño y que el viento se lleve todo lo que queda de mí junto con las hojas de los árboles, lejos, lejos, de manera que nunca tenga que volver a ver esto.
No queda nada de mí, lo he entregado todo en una ofrenda última. En un momento lo he perdido todo. Sólo queda lo de siempre. Y siento que si empiezo a llorar no voy a parar nunca y que voy a morirme entre sollozos que me partan el pecho.
Ya no queda nada, ni siquiera yo misma. Desaparezco entre un montón de frases sin sentido, tópicos absurdos, que esconden lo real, la esquirla de hielo. Sólo quiero dejarme caer en un rincón oscuro, abrazada a mis rodillas, si es que aún siguen ahí y dejarme temblar. Dejar que me roben el alma, que ya no queda nada de ella.
Sombras, luces y claroscuros
Sin cristales en la mano no se puede soñar.
Y sin tiempo en los espacios,
tampoco podemos dejar de esperar.
Miles de noches pasaron
y se me encogía el alma.
Y las manos me trepaban por la garganta
intentando respirar.
Mojé con lágrimas mis sombras y mis luces
y mis claroscuros de metal.