Tengo el alma partida en dos.
Con una mitad negocio, razono, compro y vendo, cambio. Es la mitad que se centra y que mira fijamente, la que disimula las sonrisas y los ceños fruncidos, la que ordena las ideas, los papeles, la que programa los encuentros y la que se asusta ante los desencuentros, es la que miente, la políticamente correcta, la aparentemente feliz.
La otra mitad sólo acepta sobornos, con ella juego y me arrepiento, me dejo llevar, me abandono y me arriesgo. Es la mitad que entiende. Y que no entiende de razones. O que entiende sólo a medias, o a ratos. Es la mitad que se cruza en mi camino y me distrae, la que me quema los mapas y la que encuentra esa carretera que va al paraíso perdido. Es la que guiña el ojo a los desconocidos, la que extiende la mano a ese niño, la que se ruboriza, es la que me pone la zancadilla y luego me ayuda a levantarme porque le doy pena, es la que me grita, tan sólo para que reaccione.