Desencuentros

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Hace años que escribo. Cuentos, comeduras de tarro, paranoias, textos incomprensibles. Nunca he escrito para ser leída. Sólo era una obsesión que ocupaba mis minutos de soledad y que me mantenía cuerda. Ahora, me decido a compartirlo con vosotros... porque compartir es amar.

Una tierra sin dueño


Yo no sabía que existe más gente deambulando por las calles de esta ciudad gris que guarda baúles de colores en casa, atesorando cuentos que dicen que son para niños.

Yo no sabía que existe más gente que disfruta con los dibujos y los versos sobre brujas, dragones y hadas, que se toma el tiempo suficiente  para leerlos, sentirlos y soñar, como cuando éramos críos y las cosas importantes no lo eran tanto.

Yo no sabía que podía dejar de disimular en las librerías cuando me paseo por la sección infantil, fingiendo que busco un regalo para mi sobrina de cuatro años.

Yo no sabía que otros disfrutan también con cualquier libro, acariciando las páginas susurrantes, saboreando su olor, anticipando, impacientes, el placer de la lectura.

Yo no sabía que me estaba permitido dirigir mi mirada al cielo, porque siempre alguien se había empeñado en mantenerme encadenada a la tierra con la mirada fija en las pesadas rocas.

No sabía que, quizás, soy yo misma la que me impide cerrar los ojos  y volver a dejarme llevar por una imaginación sin límites.

Caí sin retorno en este abismo de sentimientos, de esperanzas, de ilusiones, de creatividad desbordada. Caí, y me enamoré de cada una de las palabras que hicieron vibrar estos muros. Absorta en las historias de siempre, reinterpretadas por unas cuantas almas elegidas al azar.

Visitantes confusos de una tierra que no pertenece a nadie, en la que no hay leyes, ni fronteras que nos alejan.