Desencuentros

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Hace años que escribo. Cuentos, comeduras de tarro, paranoias, textos incomprensibles. Nunca he escrito para ser leída. Sólo era una obsesión que ocupaba mis minutos de soledad y que me mantenía cuerda. Ahora, me decido a compartirlo con vosotros... porque compartir es amar.

Se me ahogaron las palabras


Perdida en un mundo del que no conozco el nombre,
Llorando al amparo de mi sombra, que me aguarda
Templé con hierro, fuego y sangre
Escudos, espadas y palabras.

Me agoté de caminar en lo oscuro,
De pedirle al viento que se llevase lo que me falta
Me desesperé buscando el momento
En el que lo mágico se desarma.

Contemplé durante días y noches
El mismo paisaje abrupto en la calma
Me enamoré de las tormentas y del sol
Y descubrí que el alma me temblaba.

Se me ahogaron las palabras,
Las susurraba bajito en alguna madrugada,
Escribiéndolas en una espalda
Hasta que, por fin, pude gritarlas.

Me alimento de ti


Si no hubieras existido, todavía seguiría inmersa en mi mediocre existencia, llenando las horas con minutos inútiles, deambulando entre mi alma y mi corazón, y mi cabeza, que a veces lucha desesperada contra lo inevitable. No sé cuántas veces me juré a mi misma que no existías, y la realidad se me imponía cada vez más rotunda, hasta que vi, claramente, que había caído de nuevo en la espiral. Y me rendí.


Me alimento de ti. Te observo bajo esa luz que dibuja ángulos de sombras en tu piel y me embarco en un viaje sin retorno. Ensueños donde la realidad ha desaparecido. Cierro los ojos y te recuerdo. Y mis manos también recuerdan y trazan caminos ya conocidos y se pierden. Las noches se me hacen eternas porque me faltas en los días y en sueños todavía te tengo. Me despierto en mitad de las noches susurrándote y no estás. Intento contener las lágrimas y la tristeza que me muerde la garganta y me dejo llevar otra vez por los brazos de Morfeo, porque es lo único que me calma. 


Me engaño a mí misma, diciéndome que no necesito nada más. Que mi cuerpo me traiciona y me traiciona mi cabeza y me traiciono yo, todo lo que soy traiciona a mi cuerpo, a mi corazón y a mi alma, y a mi cabeza, una vez más, la que siempre supo. Me traiciona mi entrega. Y te traiciono a ti. Vuelvo al mundo y escondo el deseo tras una sonrisa triste, oculto mi necesidad en mis silencios, rompo mi alma en mil pedazos a cambio de tus restos.


El miedo me inunda cada noche, temo un desliz, temo mostrar lo que soy y lo que siento, temo que me lance a naufragar en el océano que nos separa, temo cruzar las fronteras y que todo estalle en mil pedazos, temo las dudas que me devoran. Temo el dolor. Temo reconocer lo que quiero. Temo el fin de lo que tengo, creo que ambos lo tememos, porque ambos lo sabemos aunque no hablemos de ello, y no nos queda más remedio que resignarnos, a pesar del miedo, sólo queremos seguir, como hasta ahora, aunque vivamos temblando.

Olvidé lo que he sido


Olvidé lo que he sido y perdí la voz de tanto callar.

Enterré miles de palabras no dichas en una cantera abandonada, esperando que nadie las encontrara. Las palabras se quedaron en lo oscuro, pero la idea revoloteaba en mi mente y no hubo forma de ocultarla. Los secretos se me escaparon y surcaron los cielos, hasta hacer estallar una tormenta.

El cielo se cerró y se tiñó de grises tornasolados. Llegó la lluvia furiosa y lo arrasó todo, todo lo limpió, todo lo abandonó, tan sólo para que fuera.

Ahora, sólo quedan mis silencios y mi yo, más presente que nunca.

Rutinas


Una tarde más, caminando por estas calles, los mismos rostros difusos, las mismas tiendas, el mismo negro en el cielo y el mismo azul plomizo en la mirada. Las mismas horas perdidas, los mismos pasos entre toda esta gente ajena a mí y a mi mundo, las mismas ideas que me rondan la cabeza, el mismo frío empapando mi corazón helado.


En la cola del estanco, esperando. Cambio el peso de mi cuerpo de un pie a otro, me vencen los sueños y siento el cansancio que me agota los hombros y las rodillas. La fila no avanza. Me impaciento. Llego tarde. Escucho lo que me rodea y todo me parece irreal. Inquieta, un poco irritada, me aíslo del exterior, pensando en cómo he llegado a este punto otra vez.


Desde la calle se abre paso el lamento triste de un violonchelo, una melodía que me parte el alma. Los acordes tiran de toda mi sangre y me envuelven y me destrozan. Los ojos se me inundan de lágrimas y escondo el rostro intentando que nadie me vea. Levanto la mirada, mientras parpadeo con fuerza, y cuando consigo que la niebla se disipe, veo en la pared repleta de recortes y anuncios un papel amarillo con una frase:


"Porque esa paz que nace de la comprensión emerja del corazón de los hombres."
Thomas Carlyle


Las lágrimas brotan ya imparables, se me empapan las mejillas en cuestión de segundos y se me atasca un nudo molesto en la garganta, el dolor que exige salir de mí y que me ahoga la respiración. La verdad me cae encima como una losa imaginaria, porque sé que yo nunca he comprendido nada y que probablemente nunca consiga comprender nada y, por lo tanto, sé que jamás alcanzaré la paz.


Las notas lastimosas del violonchelo se derrumban unas encima de otras, amontonándose, hasta acabar derramándose en un silencio amargo, roto tan sólo por el susurro de la gente en la calle.

La esquirla de hielo


Bajar la cabeza, un instante. Que no te vean llorar, alma desangelada, que no vean la esquirla de hielo que hay detrás de tus ojos. Porque la verdad sólo es una esquirla de hielo. Duele la entrega y duele el desnudo y duelen todas aquellas palabras lanzadas al vacío. Duele lo vivido.


Milagros y misterios que no comprendemos. Irreales sueños, irrevocables una vez que has entrado en ellos. Porque es difícil salir de un cuento de hadas, aún cuando estás viendo que ha comenzado a deshacerse. Y tal vez una última prueba de valentía, la mirada al frente y la barbilla alta, que se te desmaneje el alma pero no el cuerpo y no dejar que nadie lea en tus entrañas, no sea que vuelvan a pisotearlas.


Es una herida profunda que tal vez no cicatrice nunca y es probable que vuelva a sangrar, viscosa y maloliente, cuando cambie el tiempo.


Llevamos meses viviendo un invierno, tal vez es el momento de retroceder, volver al otoño y que el viento se lleve todo lo que queda de mí junto con las hojas de los árboles, lejos, lejos, de manera que nunca tenga que volver a ver esto. 


No queda nada de mí, lo he entregado todo en una ofrenda última. En un momento lo he perdido todo. Sólo queda lo de siempre. Y siento que si empiezo a llorar no voy a parar nunca y que voy a morirme entre sollozos que me partan el pecho.


Ya no queda nada, ni siquiera yo misma. Desaparezco entre un montón de frases sin sentido, tópicos absurdos, que esconden lo real, la esquirla de hielo. Sólo quiero dejarme caer en un rincón oscuro, abrazada a mis rodillas, si es que aún siguen ahí y dejarme temblar. Dejar que me roben el alma, que ya no queda nada de ella. 

Sombras, luces y claroscuros


Sin cristales en la mano no se puede soñar.
Y sin tiempo en los espacios, 
tampoco podemos dejar de esperar.
Miles de noches pasaron 
y se me encogía el alma.
Y las manos me trepaban por la garganta
intentando respirar.
Mojé con lágrimas mis sombras y mis luces
y mis claroscuros de metal.

Contradicciones


Me arrastran hacia ti los murmullos que te cantan
Y no sé si el cuento es cuento o realidad que me supera
De los tres días de verano que vivamos y que me faltan
Sólo el tercero, cuando nos huyamos, me aterra.


Cielo que no es cielo, sino falsas promesas
Cobíjame entre tus brazos y miénteme sin pena
Róbame el nombre e imagina la escena
Y deja los caballos enganchados a las calesas.


Aprovecha cuando con las sonrisas me duerma
En los silencios deja las palabras que rezan
De puntillas elude las preguntas y los poemas
Y préndeme el recuerdo que siempre me consuela

Aquella piel


Manoseó su desgastado crucifijo de oro, nervioso, en un gesto de impaciencia. Implorando clemencia, exigiendo fuerzas o valor.


Manoseó su crucifijo con las manos sudorosas y frías, sintiendo el frío del metal, el frío de la noche, el frío de su corazón helado. Hibernado.


El frío de su aliento y de su voz.


Y recordó días más felices, el calor del sol, las risas fáciles de sus niños, el tacto de una piel, las manzanas rojas y ácidas que se rompían con un crujido en su boca, el murmullo del mar, el canto de los grillos en las noches profundas.


Manoseó su crucifijo, inquieto, dudando, pensando en aquella piel, sintiéndola. Adivinando cuál de ellas se parecería más.


Observó lo que tenía alrededor: la luz difusa de las farolas, la calle mojada por la lluvia reciente, las sombras. Escuchó el eco sordo de unos tacones y una voz que le invitaba, aterciopelada, ronca y dulce.


Anticipó el placer de una piel rozando su propia piel arrugada. Una piel que, como por arte de magia se rejuvenecía. Un corazón que se aceleraba sin fatiga, un aliento que ya no le fallaba.


Manoseó su crucifijo otra vez y con la mano tímida sacó unos billetes del bolsillo. Los extendió y los billetes crujientes se quedaron en el aire, temblorosos, esperando, hasta que ella los cogió y le echó los brazos al cuello, mimosa. Le susurró algo al oído que no entendió.


Manoseó su crucifijo una vez más.


Y recordó.


Aquella piel.

Me quemaste con tus palabras


Me quemaste con tus palabras, niña, y tus olvidos me dejaron a la intemperie, acariciada por el eco de tu voz. 


Vuelve y rescátame del paso del tiempo, llévame a donde nunca se apagan las estrellas, a donde siempre florece el jazmín, a donde soñábamos mirando al cielo. 


Desentiérrame y quítame el polvo, colócame en una esquinita de tu vida desde donde pueda verlo todo y compartirlo todo y secarte las lágrimas y reírme contigo. 


Déjame por fin allí donde tu voz nunca deje de tocarme.


Desde donde pueda amarte en silencio y a gritos. 

"Vida de un fotón" por A.G.C.



Os dejo un micro relato que un muy buen amigo me ha enviado para el blog 
(gracias por la colaboración!!!!)

Una muerte violenta fué la responsable de haber sido llamado a la existencia.
Desde entonces estoy huyendo, ni siquiera se porqué, no soy capaz de otro recuerdo.

Nuestras realidades están condenadas a no entenderse, apenas a intuirse.
Lo que sucede en la mía es un sinsentido en la tuya.

Ayer choqué contra algo lo suficientemente denso como para frenarme, 
de hecho me ha transformado, me he recodificado, una señal que se convierte 
en otra, y esta otra en otra, hasta formar una idea al final otra 
codificación intangible pero inteligible.

La realidad ni se crea ni se destruye, sólo se recodifica.

Cada día es gris




Cada día es gris, igual que el anterior, y cada día salgo ahí fuera a pelear con el mundo, a vivir, a sobrevivir, a dejar de esperar, a no desear. Salgo al frío en la hora gris de cada día gris y me encuentro seres perdidos en una inmensidad gris, miradas vacías, ausentes.  Muñecos desastrados, pálidos reflejos del concepto de ser humano.


Ritmo acelerado que llevamos todos, las prisas, el agobio, los coches, el trabajo, ir sin saber a dónde llegarás. En esta cárcel de cemento, te cruzas con caras grises, en este día gris, en esta hora gris y se te va escapando el tiempo entre los dedos. Generación X. Olvidamos nuestros sueños o los perdimos. Nos invadieron océanos de dudas y las ignoramos todas, indiferentes a todo lo que ocurre ahí fuera, indiferentes a los que sufren, a los que lloran, a los que no consiguen ver porque tienen la mirada fija en este cemento gris.


Son tiempos difíciles los que nos ha tocado vivir, el punto en la historia en la que debemos ser felices, pero se nos desgarró el corazón en algún momento y ya no tenemos alma, ya no podemos sentir. Cuarteada la piel por tantos golpes, o por no recibir ninguno. Olvidamos lo que nos hicieron si es que alguna vez nos hicieron algo, olvidamos lo que sentimos, olvidamos quienes somos y quién es el que tenemos al lado.


Alguna vez, entre la vigilia y el sueño, recordamos ese instante, ese verde de los árboles, la risa de ese niño, aquella caricia del sol. Fogonazos de lo que fuimos, de lo que debemos ser y no podemos. Y nos alimentamos de esos recuerdos, nos vampirizamos, nos convertimos en yonkis del deseo, del pasado, de lo que no vivimos porque hemos elegido no vivirlo. Y ya no podemos dar marcha atrás, ya no podemos recuperar nuestra inocencia. ¿Que nos queda? ¿Qué instantes nos quedan por vivir?, ¿sabremos pausar nuestra vida tan sólo un momento y sentir como el viento se lleva el gris que nos rodea y deja pasar la luz del sol?. ¿Podremos cerrar los ojos un instante y buscar el latido de la tierra que nos llama?. ¿Conseguiremos librarnos de todo lo que nos estorba, el dolor, el rencor, nuestros miedos?. Le damos la espalda al atardecer, a los rojos y violetas del cielo, a esa luz que huye en calma, en silencio, en paz. No somos capaces de volver a sentir la armonía que debería rodearnos. Volvemos el rostro y nos quedamos mirando atónitos nuestras manos, las que hacen, las que destruyen, las que dañan, las que matan.


Tan sólo de vez en cuando intentamos liberarnos por el camino equivocado, las drogas, el sexo, el alcohol, la risa floja en la garganta, la música que nos embota la mente. Sensaciones vacías para una vida vacía, sinsentidos grises que hacen más gris aún la realidad. No encontramos el camino, ignoramos la verdad, se nos llenan los ojos de lágrimas y se nos ahoga el corazón entre sollozos.

Mil años



La luna me vigila esta noche, esta noche que no se parece a otras noches. 
Luna llena, blanca, inmensa, que aún me arrastra a tu cuerpo. 
Aquellas noches en las que un hechicero invocaba a Morfeo, 
removía esencias y colores en su caldero, fluidos, imágenes y recuerdos. 
Rituales para dominar los cuatro elementos. 
Se ahogaron los sollozos, sentimos los fluidos, anhelamos un aliento...
 y el deseo nos estalló en el pecho...

Pero las noches mágicas dejan de serlo,
 sólo quedaron los restos. 
En la memoria, grabada a fuego el tacto de una piel que aún siento.

Las noches mágicas dejan de serlo...

Nos resta el tiempo, 
la tibieza de alguien que logra que el frío huya, 
una sonrisa que hace olvidar las lágrimas, 
una palabra, o tan sólo una mirada, unos brazos abiertos. 

Mil años para entenderlo: 
el misterio de aquel que ha encontrado el sosiego.

Dudo


Dudo. 


Pienso en ti y me devoran las preguntas. Pienso en ti y me das miedo. Pienso en
ti y no te entiendo y me pregunto a mí misma si es verdad que la curiosidad mató al
gato. Pienso en ti y te comprendo, a pesar de no entenderte y mis preguntas se
responden solas, puesto que sé con absoluto convencimiento que contemplo un alma
atormentada. 


A los dos nos rondan nuestros fantasmas. Los dos tenemos heridas aún no
cerradas. Pero no creo que seamos capaces de curarnos entre nosotros, no creo que
logremos exorcizar nuestros demonios juntos. 


Porque dos almas atormentadas nunca consiguen amarse, sólo se destrozan.

Un sueño


Voy a echar el polvo más intenso esta noche. Voy a echar el polvo más profundo esta noche. 


Y vas a estar ahí. Vais a estar ahí los dos. Por una vez, la única vez. Me perderé en vosotros, olisquearé vuestra piel, buscando vuestra alma y beberé de vuestros gemidos. Al principio un roce, una mirada, nuestras lenguas ávidas bailando entre los dientes como las llamas de una hoguera, como las caricias en el viento. Desnudarnos a risotadas, con el sabor del vino especiado en nuestros labios, bebiendo uno del otro, uno de los otros, todos de los otros. Bebiendo las puras ganas, el puro deseo. Lamiendo entre susurros cada centímetro de vuestra piel, notando los escalofríos, las humedades, el calor en mis manos, la suavidad de una piel que ansía ser tocada. Perderme y buscar el momento en el que una mujer echa la cabeza hacia atrás, tensando el cuello, y empieza a respirar más agitadamente. Vadear ríos imprevistos, planear con mis rizos sobre tu vientre. Y luego el desenfreno, el puro abandono, el dejarse hacer y no pensar en nada más que en nosotros y en cómo arrancar otro gemido de nuestros cansados cuerpos.


Voy a echar el polvo más intenso esta noche y, por una vez, ninguno de los dos vais a estar ahí.

Jugando (otra vez) con las letras y con algo más... (os reto a encontrar la pauta)


A la luz, miro abajo.
Caudal extraño, callejea inexorable.
Sorteándome. 
Serpenteando.
Ensombrecidos entendimientos.
Reconciliándome.
Transfigurándome.
Momentáneamente, respondiendo armanmentistas ambigüedades.
Tempestuoso.
Pecaminoso.
Rezumando abandono.
Lúbrico enredo.
Besos.
Caer por él.


Y de allá, ágil, viene celoso, cercano.
Jubilosa ceremonia.
Enroscados.
Centímetros zigzagueando, acariciándome.
Desencadenamos entorpecimiento, desfallecimiento.
Acompasadamente.
Menospreciamos conocimientos.
Ensimismados.
Heterogénea enredadera.
Cenagosos ensueños vuelven ácidos.
Deseo amor.
Más.
Tú y yo.

Perspectivas


Desde el rincón en el que vivo todo se ve más oscuro de lo que es, las sedas y las mieles que me acarician y que me endulzan no sirven para aplacar un dolor tan frío, tan lejano, que arrastro desde que los inviernos llegaron. Tengo hambre. De vida, de luz. Deseo a cada instante que todo vaya más rápido y más despacio a la vez. Recuerdo tus palabras, lanzadas al aire, y yo entre todos ellos, lejana, ausente, absorta más que ninguno en tus versos, me dejaba arrastrar por tu voz, cerraba los ojos y me imaginaba la curva de mis caderas, tu mano dibujando esa curva, tus dedos viajando por carreteras perdidas, follando a la luz de la luna.

Gracias al poeta anónimo que escuché una noche en un bar y que me guió sin querer a través de este texto.

Una y otra


Tengo el alma partida en dos.

Con una mitad negocio, razono, compro y vendo, cambio. Es la mitad que se centra y que mira fijamente, la que disimula las sonrisas y los ceños fruncidos, la que ordena las ideas, los papeles, la que programa los encuentros y la que se asusta ante los desencuentros, es la que miente, la políticamente correcta, la aparentemente feliz.

La otra mitad sólo acepta sobornos, con ella juego y me arrepiento, me dejo llevar, me abandono y me arriesgo. Es la mitad que entiende. Y que no entiende de razones. O que entiende sólo a medias, o a ratos. Es la mitad que se cruza en mi camino y me distrae, la que me quema los mapas y la que encuentra esa carretera que va al paraíso perdido. Es la que guiña el ojo a los desconocidos, la que extiende la mano a ese niño, la que se ruboriza, es la que me pone la zancadilla y luego me ayuda a levantarme porque le doy pena, es la que me grita, tan sólo para que reaccione. 

Otra derrota


Una y otra vez ver pasar por delante de mis ojos todas mis derrotas, una tras otra, una vez más y una última. Y ella siempre jugando, siempre seduciendo, siempre barajando las cartas del sexo o del amor, como quiera que lo llaméis, siempre con un as en la manga, siempre sabiendo donde se hace más daño, donde clavar mejor esa hoja afilada. Y no sé como conseguir llevarlo mejor, porque cada momento es una bofetada, una alquimia que convierte momentos triviales en rituales de brujería, puro vudú…

- Perdona…

Una voz, me devuelve a la realidad. Las líneas de las baldosas dejan de ser el centro de toda mi atención e intento ubicarme, localizar al que me habla.

- Perdona… ¿sabes por donde se va al corte inglés?

- Sigue recto y en la siguiente a la derecha, enseguida lo ves.

- ¡Mila esker!

Le miro a los ojos y entreveo un deseo velado de entablar conversación. La sonrisa se ensancha, expectante. Todos nos sentimos solos. Le miro a los ojos. Es guapo. Ojos brillantes, de persona inteligente o el típico, tópico brillo provocado por el alcohol. Vuelvo la cabeza y sigo mi camino. Otra oportunidad más desperdiciada. De vuelta a mis fantasmas. Otra derrota.

La ciudad de los gatos


Se lo llevaron de mi lado, me lo arrebataron. Y yo lo imaginaba en un lugar frío y oscuro y húmedo, esperando el fin de los días.

Me lo quitaron. Y apenas pude decirle adiós, apenas pude tocarle la mano, apenas logré hacer que mi voz cruzara el tiempo y la distancia hasta él.

Se lo llevaron. Y desde entonces no volví a verle. Hasta que una noche, en sueños, sin saber si yo le había invocado o si él me había llamado a mí, le encontré.

Soñé que caminaba por las callejuelas de mi caótica mente, serpenteando entre casas vacías, cantones oscuros, tétricos jardines. Zambullida en un silencio sordo, creado tal vez por mi propia imaginación. Soñé que llegaba hasta un muro alto, en cuyo centro se alzaba una enorme puerta, como una boca de fauces abiertas. La puerta, la boca y la verja de hierro que la cerraba, unos afilados dientes. La puerta me devoró y yo me dejé devorar entre chirridos metálicos.

Mis ojos se entrecerraron hasta acostumbrarse a la oscuridad y a la luz tenue de alguna luna, presente pero oculta. Se descubría, ante mi mirada, una ciudad dentro de otra ciudad.

Más calles oscuras, pero, esta vez, vibrando entre mármoles y granitos.

Esculturas de piedra que parecían abalanzarse sobre mí, todas ellas con las manos extendidas transformadas en garras, todas ellas con las bocas abiertas, en un grito ahogado por la noche.

La sombra tenebrosa de los cipreses, recortada sobre la tenue luz de esa luna que no existía y los crisantemos amarillos que tapizaban el suelo de tierra.

Más silencio, pero roto ahora por los maullidos inquietantes de decenas…, cientos…, miles de gatos, que clavaban sus interrogantes ojos en mí, mientras se paseaban elegantes y perezosos.

Me interné en el laberinto de calles, abriéndome camino entre los gatos que me seguían con la mirada sin permitirse distracciones, ajenos a todo lo que no fuera mi persona.

Y le encontré. Después de un rato buscándole sin saberlo, supe que estaba allí, detrás de la piedra, encerrado por el mármol y el granito y los crisantemos amarillos. Custodiado por los gatos.

Pegué la oreja a la piedra y no oí nada. Pero estaba allí, yo podía sentirlo, abalanzándose contra la cárcel de piedra que le retenía, con las manos extendidas, transformadas en garras, con la boca abierta, en un grito desesperado, ahogado por la noche.

Sin nombre


Suele decirse que lo que no tiene nombre no existe. Y la verdad es que puede ser cierto, ya que lo que no se puede nombrar no respira, no ve, no sueña, no ama. Sólo se desliza en las sombras.

Así que puede que yo no existiera antes de que la sirena me invocara, antes de que me nombrara por primera vez. Puede ser que, hasta entonces, yo tan sólo dormitara en lo oscuro, en la frontera de dos mundos.

Aguardé, allí donde no llegan ni la luz, ni el aire. Esperé a que me llamara, a que me nombrara, esperé a que la sirena gritara mi nombre. Y, entonces, sentí el tirón de la tierra y un río de vida, de sangre, de vida, me arrastró a la luz, al aire y a una piel que ansiaba mi piel.

Y comencé a respirar. Y a ver. Y a soñar. 

Comencé a existir. 

Comencé a amar.


Para Rubén, que comenzó a respirar, a ver, a soñar, a existir y a amar el 1 de octubre de 2010, a las diez y media de la noche