Desencuentros

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Hace años que escribo. Cuentos, comeduras de tarro, paranoias, textos incomprensibles. Nunca he escrito para ser leída. Sólo era una obsesión que ocupaba mis minutos de soledad y que me mantenía cuerda. Ahora, me decido a compartirlo con vosotros... porque compartir es amar.

Desencuentros



Introducción:

Os presento una serie de microrelatos inspirados en seis fotografías de Iker Iglesias (por cierto, gracias Iker, otra vez, por prestármelas). Los seis textos esbozan al final una misma historia, que titulé Desencuentros y que, como ya habréis notado, bautizaron también el blog. Espero que los disfrutéis.

Primera parte. Ella. No es un día cualquiera

 Photo by Iker Iglesias

El estridente sonido del despertador golpea en mi cerebro como un martillo. Tras un momento de sobresalto, vuelvo a buscar postura entre las sábanas, perezosa. Tanteo con la mano a mi izquierda, buscando ese bulto familiar a mi lado. Y recuerdo. Él se marchó. Ya llevo tres meses durmiendo sola. Llevo tres meses buscando la huella de su cuerpo en mi cama cada mañana al despertar.

Me encojo automáticamente, me convierto en una pelota envuelta en sábanas. No quiero volver a levantarme de la cama. No quiero enfrentarme a ese mundo de ahí fuera que ignora que cada noche me duermo de puro cansancio cuando los sollozos amenazan con partirme el pecho. Sólo quiero quedarme debajo de las sábanas blancas y hacerme más y más pequeñita, hasta ser tan sólo un pequeño puntito negro entre tanta pureza. Desaparecer en una inmensidad blanca.

Pero tengo una vida, unas obligaciones, un trabajo. Algo que me mantiene ocupada y que me ayuda a no pensar, por lo menos durante unas horas. Así que me ducho y me visto como un autómata, mis movimientos son rápidos y ágiles pero mi mirada carece de vida. Sólo son gestos inconscientes, aprendidos de tanto repetirlos.

Salgo a la calle y llueve. Parece que el tiempo acompaña mi estado de ánimo y el cielo se presenta con el color de mi alma. Llego a la parada de metro y camino como un zombie por las escaleras mecánicas, los pasillos interminables, bajo la parpadeante luz de los fluorescentes. Observo a los demás, miro alrededor mío y tengo ganas de gritar porque no entiendo cómo el mundo puede seguir en funcionamiento como si no ocurriese nada. No entiendo cómo la tierra sigue girando ajena a mi voluntad. Me abro camino entre la gente y me siento diferente a ellos. Ellos tienen un propósito, una alegría evidente y no caminan por los pasillos del metro vacíos, tristes y solos.