Desencuentros

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Hace años que escribo. Cuentos, comeduras de tarro, paranoias, textos incomprensibles. Nunca he escrito para ser leída. Sólo era una obsesión que ocupaba mis minutos de soledad y que me mantenía cuerda. Ahora, me decido a compartirlo con vosotros... porque compartir es amar.

Libélula, la ciudad que podía volar


Libélula era una ciudad muy peculiar, puesto que había surgido de una exaltada imaginación, y, como tal, no tenía la obligación de ser coherente ni de comportarse como se suponía que debía comportarse una ciudad. Alguien dejó volar su imaginación y soñó con otro lugar, con otra versión de su ciudad en la que el gris deja paso a la luz y en la que el tiempo, por fin, perdona y no pasa.

En primer lugar, aquel que la creó decidió que, en lugar, de estar asentada sobre tierra firme, Libélula reposaría ligera en una nube enorme de color violeta.

Además, nadie sabría nunca su localización exacta, puesto que se trataba de una ciudad itinerante y por ello viajaría por los aires a toda velocidad. La mayor parte del tiempo ni siquiera se la vería, puesto que, para pasar desapercibida, volaría muy alto y  tan sólo parecería una nube normal desde donde nos encontramos nosotros. Libélula sólo bajaría los días de mucha niebla, lluviosos, oscuros y grises en los que una sombra no llama la atención.

Sólo en esos días, si prestamos atención, podríamos ver el perfil de sus torres, sus cúpulas y terrazas. La vegetación crecería frondosa entre los edificios y por doquier veríamos las encinas con sus troncos retorcidos y oscuros. Las gárgolas se inclinarían furiosas sobre el viandante y le seguirían con sus ojos de gemas incrustadas.

Si quieres visitar la ciudad sólo tienes que cerrar los ojos, concentrarte y desear con gran intensidad elevarte en el aire hasta traspasar sus murallas. En un suspiro, sin saber cómo has llegado hasta ahí, te encontrarás en la puerta principal, entre los dos lobos de piedra que la custodian.

Verás cómo el cielo y el suelo han cambiado de lugar y sobre tu cabeza penden las tristes baldosas, mientras que tus pies caminan descalzos entre azules y algodones. Podrás pasear al amanecer por sus calles solitarias. Podrás ver cómo la ciudad despierta y las ventanas de las casas se van abriendo entre bostezos. Desde la calle se oye cantar a los vecinos en las duchas. La gente sale de su casa muy temprano para limpiar y abrillantar las calles y que la ciudad luzca hermosa y desafiante. Todos bailan en lugar de andar, nadie tiene prisa y todos parecen felices.

Es un buen lugar a donde huir, ya que allí son siempre bienvenidos los refugiados de la vida, aquellos que han de buscar dentro de su mente lo que no encuentran fuera.