Photo by Iker Iglesias
Voy a su encuentro y se rompe el mar en mil pedazos. Sigo su sombra, sus curvas, sus gestos, pero en estos blancos y negros me falta su sonrisa luminosa (sí, su sonrisa luminosa, tenía otra melancólica, otra triste y resignada, otra dulce, otra soñadora llena de esperanza, pero la que de verdad añoro es la que iluminaba mis días y mis noches, cuando todavía sabía encontrarla a través del tiempo y del espacio). Cada vez que intento recordarla, la imagino como la última vez que la vi, en aquella playa. Dibujo su silueta a lo lejos, entre la gama de grises. El mar está en calma y Ella camina a lo largo de la orilla, despacio, como sin querer llegar a ninguna parte. Recuerdo los nervios en la boca del estómago, la emoción, el temblor en mis rodillas, mis manos inquietas, la risa tonta que se me escapaba a borbotones. Aquella vez, corrí hacia Ella y nos fundimos en un abrazo, el sabor de la sal en sus labios, su piel olía a mar y a libertad. Ahora, cuando la recuerdo, no soy nadie y como nadie corro hacia Ella pero mi yo invisible no la alcanza, veo mis huellas en la arena pero siempre se me escapa en el último momento. Nunca llego a sus brazos, a sus labios, a su piel, no llego a Ella. Por eso no consigo evocar sus rasgos, su rostro queda invadido de negros y Ella no logra dejar de ser una sombra, ya no hay sonrisa, ni luminosa ni de las otras. Es en ese momento cuando me estalla el mar como un espejo roto y la imagen se desvanece dejando un hueco en el laberinto de mi mente que ella jamás volverá a habitar.
0 comentarios:
Publicar un comentario