Dentro de mi cabeza conviven miles de tormentas. Algunas veces, cuando estoy sola, cierro los ojos y me aíslo del exterior. Elimino cualquier ruido de ambiente, mis manos juegan con el aire y escucho lo que viene de lo más profundo de mi ser.
Cuando todo lo demás se queda en silencio, puedo escuchar el susurro de un mar furioso, las olas espumosas llegando a una orilla imaginaria. También puedo escuchar los trinos de un pájaro, el berrear de un pequeño gorrión, su diálogo chispeante con las hojas de los castaños, y el viento que se cuela entre las ramas. Otras veces, miles de voces intentan hacerse escuchar por encima de todas las demás, gritando, imponiéndose.
Y siempre, cuando me detengo un momento a escucharme, el pensamiento se me torna en belleza y la boca me dibuja una sonrisa y mis dedos intuyen una caricia.
Cuando todo lo demás se queda en silencio, puedo escuchar el susurro de un mar furioso, las olas espumosas llegando a una orilla imaginaria. También puedo escuchar los trinos de un pájaro, el berrear de un pequeño gorrión, su diálogo chispeante con las hojas de los castaños, y el viento que se cuela entre las ramas. Otras veces, miles de voces intentan hacerse escuchar por encima de todas las demás, gritando, imponiéndose.
Y siempre, cuando me detengo un momento a escucharme, el pensamiento se me torna en belleza y la boca me dibuja una sonrisa y mis dedos intuyen una caricia.
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